La inflación
en España se acelera 1,5 puntos en el sexto mes del año, el triple que la
eurozona, debido al agotamiento de los efectos del plan anticrisis.
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de Julio Fuente Expansión
La subida de
la inflación en Europa y en España es una muy mala noticia para la
economía, ya que se come el poder adquisitivo de los sueldos y los ahorros de
los españoles, golpeando al consumo, así como los márgenes de beneficios de las
empresas y el déficit público, especialmente en España, debido al fuerte
aumento de los gastos que están vinculados a ella, como es el caso del plan
anticrisis, las pensiones o los sueldos públicos. Sin embargo, hay otro
elemento que también es de vital importancia y que supone un gran lastre para
la actividad: la pérdida de competitividad derivada del diferencial de
inflación con la eurozona. Y eso, en un contexto en el que la inflación en la
eurozona no ha dejado de incrementarse en junio hasta alcanzar el 8,6%, su
récord histórico, cuatro veces por encima del objetivo del Banco Central
Europeo.
Los precios
dieron una vuelta de tuerca en junio, con un alza de medio punto en Europa,
hasta el 8,6% anual, y 1,5 enteros, el triple, en España, hasta el 10%. Este
incremento se debe a que los precios de la energía, todavía con alzas muy
fuertes (41,9%), están impactando con fuerza en los precios de los alimentos,
donde se percibe una fuerte aceleración, pasando del 9% anual en mayo al 11,1%
en junio. Esto puede provocar que las subidas de precios se enquisten, ya que
es muy probable que los fabricantes sigan repercutiendo los incrementos de la energía,
aunque esta empezara a moderarse. Y eso supone una muy mala noticia para el
Viejo Continente, debido a que el aumento de los precios merma el poder
adquisitivo de las familias, reduciendo el consumo y, por lo tanto, las
exportaciones de España y el resto de los países a sus principales socios.
Además, el incremento eleva la necesidad de una respuesta por parte del Banco
Central Europeo, lo que a su vez puede elevar todavía más la carga financiera
que sufren las familias, las empresas y los Estados. Y eso, a su vez, surtirá
un nuevo impacto sobre el consumo y sobre las inversiones públicas y privadas.
Pero, además de
esto, se trata de una muy mala noticia, especialmente para España, donde el IPC
subió 1,4 puntos por encima de la media de la eurozona, una vez agotados los
efectos del plan anticrisis sobre la contención de precios. Y la inflación se
aceleró 1,5 puntos respecto a mayo, el triple que en los países de la moneda
única, debido fundamentalmente a la moderación de medio punto en la escalada de
los precios en Alemania, hasta el 8,2%, y en Países Bajos. Además, de todos los
países de la eurozona, apenas cinco sufren una aceleración mayor que España en
los precios de consumo: Bélgica, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania, estos
tres últimos debido a su elevada dependencia de las exportaciones del gas ruso.
Este
diferencial pone de manifiesto que las medidas para combatir la inflación en la
locomotora europea podrían estar funcionando mejor que en España, o bien
que su sistema eléctrico no genera una traslación tan grande entre los precios
del gas y los de la electricidad, como sucede también en Francia (donde la
inflación es del 6,5%, el segundo dato más bajo de Europa por detrás de Malta)
gracias al elevado peso de la energía nuclear. Además, a esto hay que sumar que
la enorme demanda embalsada en torno al sector turístico ha intensificado las
subidas de precios en hoteles, restaurantes y cafeterías, lo que puede haber
provocado un mayor incremento de precios en España que en el resto de los países.
Y el diferencial se agrava todavía más si se compara con los grandes países
europeos, como los ya mencionados Alemania y Francia, además de Italia (8,5%),
todos con datos más suaves que el español.
Sea por la
causa que sea, lo cierto es que el diferencial de precios no sienta nada
bien a la economía, debido a que supone una merma para la competitividad de las
empresas. Por un lado, que los precios suban más en España que en el resto de
la eurozona significa que, probablemente, también suban más los costes de
producción que en el Conjunto del Viejo Continente. Y, de hecho, así es, dado
que tanto el Índice de Precios Industriales (que sube un 43,6% anual en mayo)
como el Índice de Precios de Exportación (21,6%) se han elevado estos meses por
encima de la media comunitaria, situándose entre los mayores incrementos de la
eurozona. De hecho, el Banco de España calcula que los bienes y servicios de
las empresas españolas han perdido un 4,5% de competitividad desde que estalló
la pandemia en 2020.
Pero además,
hay otro elemento perjudicial: si los precios de consumo suben con más fuerza
que en el resto de Europa (y no precisamente por el vigor de la demanda
nacional, sino por la formación de precios en el sistema eléctrico y su
repercusión a otros bienes y servicios), también hay una mayor presión por
parte de los trabajadores para mejorar sus salarios con la inflación, a pesar
de que muy pocas empresas se pueden permitir igualar al IPC. De hecho, esto ha
provocado un fuerte aumento de la conflictividad laboral en el primer trimestre
del año, con tantas jornadas perdidas por huelgas como en la suma de los tres
ejercicios anteriores, y puede intensificar los efectos de segunda ronda que,
al encarecer la producción reforzarían la espiral inflacionista.