El IPC armonizado de la zona euro se disparó en
agosto al 9,1%, el triple que hace un año y su tasa más alta en la historia de
la moneda única. El dato eleva la presión sobre el BCE para intensificar las
subidas de tipos.
16
de septiembre Fuente Expansión
El orden de los factores no altera el producto. A pesar de algunos ligeros ajustes al alza y a
la baja (los menos) en los datos de determinados países, la revisión del IPC de
agosto efectuada ayer por Eurostat corroboró que la inflación se
encuentra en las cotas más altas en la historia de la zona euro,
carcomiendo el poder adquisitivo de las familias; torpedeando la actividad
productiva, estrangulada por los altos costes, y forzando así al BCE a un endurecimiento
más rápido e intenso de su política monetaria, lo que puede desembocar más
pronto que tarde en un periodo de contracción económica.
Esto es, en una recesión en parte autoinfligida
para evitar el mal mayor que supondría a medio plazo la combinación de elevadas
tasas de inflación con un crecimiento anémico. La oficina estadística comunitaria
confirmó ayer el dato avanzado hace dos semanas: el IPC armonizado se catapultó
hasta el 9,1% anual en agosto, dos décimas más que en julio y la cifra
más alta desde la existencia de la moneda única, espoleada por la energía y
los alimentos frescos, que se dispararon un 38,6% y un 10,6%, respectivamente.
En apenas un año, la inflación se ha triplicado en la zona euro al pasar del 3% en agosto
de 2021 a la tasa actual, una subida exponencial que la guerra en Ucrania ha
agravado e intensificado pero que venía de meses atrás. En noviembre, diciembre
y enero, en vísperas del conflicto en Europa del Este, el IPC armonizado ya
fluctuaba en tasas anuales de entre el 4,9% y el 5,1%; es decir, más
que duplicando el objetivo del BCE de una inflación del 2% dentro de
su mandato de preservar la estabilidad de precios.
Sin embargo, la autoridad monetaria europea aún
seguía defendiendo por aquellas fechas que la crisis inflacionista era
pasajera y que se iría desinflando a lo largo de 2022. La agresión de
Rusia a Ucrania truncó esa esperanza, y ahora Europa se enfrenta a una crisis
energética y de precios sin precedentes, con el BCE actuando como
bombero apresurado para intentar apagar el incendio inflacionista.
En solo tres meses, los tipos de interés oficiales
en Europa han pasado del 0% al 1,25% y la confirmación de un IPC en cotas
históricas no hace más que alimentar las expectativas de nuevas y abultadas
subidas a corto plazo. De hecho, analistas como Nomura pronostican que tras las
alzas de julio y septiembre (0,5 y 0,75 puntos básicos, respectivamente), el
BCE podría encarecer el precio del dinero en otros 0,75 puntos en octubre y
diciembre, añadiendo 0,25 puntos más en febrero. Una dura terapia de choque
contra la fiebre inflacionista que conducirá a la eurozona, "muy expuesta
al aumento de los precios de la energía", a una recesión que,
según la firma de análisis, comenzará ya en el segundo semestre de este año y
se extenderá a la primera mitad de 2023.
En este contexto, en el que la inflación subyacente (excluyendo energía y alimentos
frescos) también avanza de forma imparable -se aupó hasta el 5,5% en agosto,
cuatro décimas más que en julio-, certificando el impacto estructural del shock energético
y de costes en el conjunto de la cesta de la compra, nueve de los
diecinueve países del euro registran tasas de inflación de doble dígito.
Entre ellos figura España, cuyo IPC
armonizado se ha revisado al alza, con un 10,5% en agosto frente al
10,3% avanzado hace dos semanas. Lideran el ránking los países bálticos
Estonia, Letonia y Lituania, con tasas del 25,2%, 21,4% y 21,1%. Son las tres
únicas economías que rebasan la frontera del 20%, seguidas de lejos por Países
Bajos, con un 13,7%.
España comparte con Bélgica el octavo puesto de
los países más caros de la zona euro con un 10,5%, y sigue siendo, entre las
grandes economías, la más inflacionista. Así, supera en 1,4 puntos el 9,1% de
Italia (una décima más que en el avance de finales de agosto); en 1,7 puntos al
de Alemania (8,8%), y en 3,9 puntos al de Francia, país que
exhibe la inflación más baja de toda la zona euro: 6,6%, una décima
más que en el dato adelantado. Una clara desventaja competitiva para las
empresas españolas, que destinan casi un tercio de sus exportaciones a esos
tres mercados.
El potencial destructivo de la espiral
inflacionista queda de manifiesto en el frenazo en seco de la industria
europea, que ve cómo caen no solo su producción y sus ventas, sino también
los nuevos pedidos, tal como reflejan los índices PMI, que desde hace tres
meses sitúan ya al sector manufacturero en zona de contracción. Y si bien la
industria española ha resistido comparativamente algo mejor las embestidas de
la crisis energética que otras grandes economías europeas (aunque con un alto
grado de heterogeneidad entre sectores, según un artículo analítico publicado
ayer por el Banco de España), el PMI de agosto mostró una significativa caída
de los nuevos pedidos, provocando un descenso del empleo.