Mientras no acabe la guerra y se normalice el suministro de gas,
la crisis continuará. Lo máximo que puede hacer Bruselas es minimizar el
impacto
31
de agosto Fuente CincoDias
Europa vive una de las peores crisis energéticas
de su historia. Comenzó en los
mercados internacionales de gas licuado en la primavera de 2021. La causa
principal fue la intensa recuperación tras la pandemia, especialmente en Asia.
Y también fue estructural, al sustituir los países, principalmente China, las
centrales de carbón por gas para producir electricidad y reducir a la mitad sus
emisiones contaminantes. En otoño de ese año, la Comisión Europea aumentó el
precio de equilibrio del gas a 60-80 euros por megavatio hora, muy por encima
de los 20 euros de la década anterior. Pese a ello, ahora la situación comienza
a normalizarse por la crisis en China, tras el pinchazo de su burbuja
inmobiliaria, que ha provocado una fuerte caída de la producción industrial del
país y menor presión sobre los precios de las materias primas mundiales.
La crisis energética en Europa se ha agravado
desde que Putin decidió invadir Ucrania y cortó el suministro de gas. La UE se
adelantó en la transición energética con el desarrollo de energías renovables y
la crisis ha demostrado que fue un acierto. Sin eólica y solar el coste de las
importaciones de gas serían significativamente mayores y el empobrecimiento de
las familias y las empresas europeas también.
Pero Europa se equivocó en depender de un
proveedor nada fiable como Putin.
Los países centroeuropeos no tienen acceso al mar y no tenían otra opción. Sin
embargo, Alemania tiene costa con varios puertos importantes y podría haber
desarrollado una red de regasificadoras para no depender tanto de la decisión
de un líder autocrático como Putin. Espero que los proyectos de ingeniería ya
estén hechos y que hayan aprovechado estos seis meses de guerra para ponerlos
en marcha y resolver el problema cuanto antes. Y que se estén construyendo más
barcos metaneros para atender ese crecimiento de la demanda de gas licuado.
Mientras la guerra en Ucrania siga y Alemania no
tenga capacidad alternativa de regasificación, el precio del gas seguirá alto y
Europa estará en crisis. La semana pasada los mercados energéticos europeos
colapsaron y los precios de los futuros del gas superaron los 300 euros y de
los futuros de la electricidad 1.000 euros. Para que seamos conscientes de la
magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos, los precios de la electricidad
en Francia y Alemania son equivalentes a un precio del petróleo de 1.000
dólares por barril, diez veces más que su precio en el mercado.
La Comisión Europea intentará consensuar un
sistema que reduzca el impacto tan brutal sobre los consumidores de estos
precios. Pero, como ha demostrado
el tope del gas en España y Portugal, su capacidad es muy limitada. Cuando se
diseñó el tope, el gas estaba a 80 euros megavatio hora. Se estimó que el
precio de la electricidad, incluyendo el coste del tope del gas que pagan los
consumidores para compensar a las empresas gasistas, estaría por debajo de 200
euros megavatio hora. El lunes, con el gas a 240 euros megavatio, el precio de
la electricidad estuvo próximo a 500 euros. Diez veces más que antes de
comenzar la crisis.
Con el tope del gas, España ha tenido que suministrar una media de
dos gigavatios de electricidad a Francia, cuando normalmente España era
importador neto de electricidad de nuestros vecinos. El país lo ha podido
atender gracias a nuestra red de regasificadoras. En el resto de los países
europeos, esto no sería viable y habría riesgo de colapso del sistema eléctrico
y apagones en los picos de demanda. Otro problema del tope del gas que los
españoles empezamos a sufrir es que con el gas tan lejos del tope la
compensación que vamos a pagar a las empresas gasísticas en nuestra factura de
la luz superará el coste que pagamos de electricidad. Sobre todo, para los
consumidores que estaban en el mercado libre y habían cerrado sus precios fijos
con su comercializador eléctrico.
Esto es especialmente preocupante en las empresas. En la mayoría de los países europeos las
empresas tienen costumbre de cerrar contratos a medio plazo con precios
estables. El problema lo sufren las empresas energéticas que ya han empezado a
quebrar y a ser rescatadas por el Estado. En Francia, el Estado ya era
propietario de EDF, pero la tuvo que sacar de Bolsa y lleva pérdidas
billonarias por subvencionar los precios a sus clientes y embalsar la
inflación. Lo más preocupante es que esto acabe de nuevo en una crisis de deuda
pública y haya que abrir las compuertas de la inflación y subir las tarifas en
el peor momento.
Conclusión: mientras no acabe la guerra y se normalice el suministro de gas, la crisis
continuará. Lo máximo a lo que puede aspirar la Comisión Europea es a minimizar
el impacto. En España tenemos la inflación subyacente desbocada, al doble que
nuestros socios europeos con el doble de tasa de paro. El empleo crece próximo
al 4% y las retenciones de salarios en las nóminas para el pago a cuenta del
impuesto sobre la renta crecen al 15%. Los precios de los alimentos en los
mercados internacionales se han desplomado desde mayo y en España siguen
subiendo. Y el Gobierno mete queroseno en el incendio afirmando que va a subir
las pensiones con el IPC.
Uno sabe cuándo entra en el túnel de una crisis de
inflación, pero no sabe cuándo va a salir. Y la luz al final del túnel puede
ser otro tren que viene a arrollarnos. Prudencia.
José Carlos Díez es Director de la cátedra
Orfin. Universidad de Alcalá