El sistema de suministro de la cadena alimentaria
mundial se caracteriza por su alta concentración. Hay dos grandes corrientes de
pensamiento sobre cómo se debería actuar al respecto
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de Julio Fuente CincoDias
No es un secreto. Los precios de los alimentos han
subido de forma clara en muchos países del mundo y de ello dan fe los tiques de
compra de cualquier persona que se acerque al supermercado y trate de llenar su
cesta. El efecto perverso que esto tiene en el poder adquisitivo, especialmente
en el caso de las personas con menos renta, no es nuevo. En los últimos 15 años
ya ha ocurrido tres veces. La gran pregunta es cómo evitar que un nuevo pico de
volatilidad en el precio de lo más básico golpee de nuevo al bolsillo de la
población en un futuro.
A menudo se culpa a la energía y a los alimentos del auge general de la
inflación que acosa a los consumidores, y como causa del alza de
precios de estos dos elementos clave, se señala de forma simplista a la
invasión rusa de Ucrania. Indudablemente, ha tenido su influencia por el gran
componente exportador tanto del agresor como del agredido, pero solo es un elemento
más en una tormenta que tiene raíces más profundas. Una de estas raíces no
mencionada tan a menudo es la depreciación del propio dinero debido a la
cantidad que se ha inyectado en la economía principalmente a base de financiar
déficits públicos vía banco central. El 31 de diciembre de 2019, el balance del
BCE tenía activos por valor de 4,6 billones de euros. Después del gran frenesí
de inyección monetaria, a 22 de julio de 2022, el BCE ya tenía activos por
valor de 8,76 billones de euros.
Pero más allá de causas generales como las
mencionadas anteriormente, que también tienen su influencia en este caso, en el
supuesto concreto de los alimentos este encarecimiento se explica por algo que
está intrínseco en la filosofía que rige la configuración de las cadenas de
suministro que posibilitan el abastecimiento global.
Unas pocas manos
Si la mayoría de los productos y servicios
dependen de pocas empresas muy grandes, el sector alimentario no es una
excepción tampoco. Cierto es que en la etapa de la producción sí que está
atomizada entre una multitud de agricultores, pero el número de manos de las
que depende el suministro se reduce en otros puntos de la cadena.
Así lo atestigua un informe elaborado
conjuntamente por dos asociaciones dedicadas a estudiar la sostenibilidad del
sistema alimentario, el Grupo ETC e Ipes-Food. El documento, publicado a
finales de 2017, analizaba los distintos eslabones de la cadena y el peso de
las grandes corporaciones en ella.
Por aquel entonces, el 52,8% de la producción total
de semillas dependía de dos empresas (Monsanto y Dow-DuPont). En agroquímicos,
es decir, pesticidas, cuatro empresas ostentaban el 84% del mercado (Bayer,
Syngenta, DuPont Agrosciences y Basf). En la maquinaria agrícola, cuatro
compañías dominaban el 53,7% del mercado (Deere, CNG Industrial, Kubota y
AGCO). En la comercialización de la producción, el informe recogía la
estimación de que cuatro empresas, Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill
y Louis Dreyfus Commodities, movían el 90% del trigo comerciado a nivel
mundial.
Pero no solo en el plano empresarial existe
concentración. El mundo depende de unas pocas regiones que hacen de “graneros
globales” y también hay poca diversificación en los propios cultivos. La FAO,
en su último anuario estadístico, elaborado en 2021, detalla que cuatro plantas
representan cerca de la mitad de la producción agrícola mundial. En concreto,
se trata de caña de azúcar, trigo, maíz y arroz; siendo estos tres últimos los
que aportan la mitad de las calorías que consume la humanidad.
Precisamente, el anuario estadístico deja entrever
que algo falla en el sistema global de alimentos, ya que pese a un repunte de
la producción global de los cultivos del 53% desde el año 2000 hasta el 2019,
el número de personas en riesgo alimentario ha crecido en 140 millones entre
2014 y 2020, hasta dejar la última estimación total de humanos en riesgo en 740
millones de personas.
Eficiencia ineficiente
Si el aumento de la producción y del hambre parece
una paradoja, también le pasa lo mismo a lo que Ricardo Salvador, director y
científico del programa de alimentos y entorno de la Unión de Científicos
Comprometidos, apunta como la mayor causa de los problemas del sistema
alimentario. Se podría resumir como una eficiencia que ha pasado a ser ineficiente.
“Este sistema tiene un diseño muy interesante. En persecución de la eficiencia,
es un sistema que cuenta con poca resiliencia. El sistema cuenta con que
siempre sean las condiciones óptimas, y no se diseñó con la posibilidad de que
se produjeran fallos o imprevistos, y ni mucho menos una situación como la que
ahora estamos viviendo, que es fruto de una coincidencia de múltiples
calamidades, no es solamente una disrupción”, comienza.
Salvador defiende que, al pensar únicamente en
maximizar el beneficio, algo que tiene sentido desde la óptica empresarial, se
cometen sinsentidos desde otros puntos de vista. El científico pone ejemplos.
Uno es la falta de redundancias. Desde el punto de vista corporativo, las
duplicidades cuestan dinero y son, por lo tanto, ineficientes. Esto provoca ese
mencionado diseño del sistema para funcionar con condiciones óptimas y que,
cuando se produzca un imprevisto, comiencen las estrecheces que elevan los
precios y la volatilidad. Desde el punto de vista de los beneficios inmediatos,
tiene sentido explotar un acuífero hasta dejarlo seco, pero no lo tiene desde
la óptica de preocuparse por el futuro.
El problema, opina el científico, es que la propia
filosofía del sistema está anticuada. “La agricultura tiene 10.000 años de
antigüedad, pero los sistemas económicos que rigen como la hemos estructurado
datan del siglo XVIII, cuando se desarrolló la teoría moderna del mercado”,
alega. En aquel entonces, la humanidad estaba compuesta por 1.000 millones de
personas, y hoy vamos camino de ser 8.000 millones a finales de este año, según
las proyecciones de la ONU. Ricardo Salvador cuenta que el mundo es muy
diferente a cuando se plantó la semilla del sistema actual. De aquella, en
pleno apogeo de la colonización, los recursos parecían infinitos, así como lo
parecía la capacidad del medio ambiente para absorber nuestros desechos.
“El sistema se construyó en base a la eficiencia,
pero es una mal medida porque no tiene en cuenta los costes verdaderos. Es un
cálculo muy sencillo. Cuánto se obtiene a cambio del gasto que se hace. Esa es
la medida fundamental. Como es una proporción, nos abocábamos a obtener lo
máximo posible con el menor coste posible. El problema es que no se piensa en
todos los costes”, resume.
Los dos caminos
El debate sobre el sistema alimentario es muy
controvertido, al haber tantos intereses económicos en juego; en función de a
quién se le pregunte, se obtienen unas respuestas u otras.
Salvador precisa en qué consisten las dos visiones
predominantes. Una aboga por el continuismo, argumentando que el sistema no
está mal y que, simplemente, tiene fallos subsanables. En esta corriente se
enmarcarían las grandes empresas de la cadena de valor. La solución a los
problemas pasa principalmente, según esta visión, por aumentar las tierras de
cultivo y la producción y tratar de crear un nuevo granero mundial situado en
África.
“Todo esto trata de convertir al sistema en uno un
poco menos peor, pero no de rediseñar la cadena de producción para dejar de
tener un sistema que es vulnerable desde su punto de partida”, opina al
respecto Salvador.
El científico, en un artículo para la OCDE,
expuso su receta. Diversificar la producción en las diferentes regiones, que no
haya países dedicados por entero a un tipo de cultivo, sino que haya variedad
en cada uno. Crear nodos de seguridad regionales con reservas supranacionales,
generar redundancias y establecer una mayor vigilancia gubernamental sobre los
actores del mercado son las principales ideas que propone.
“Grosso modo, la filosofía que ha imperado
ha sido la de que el sistema alimentario es una actividad privada y que el
papel del Gobierno debe ser mínimo, sencillamente, el de servir de paracaídas
para cuando haya emergencias. Hemos visto que es un error”, concluye.
Qué cabe esperar respecto al coste alimentario en
el futuro
El índice de precios de la FAO muestra un enorme
pico en el coste de los principales productos alimentarios en marzo de este
año, pero la tendencia ya venía siendo alcista desde mucho antes de la guerra
en Ucrania, en concreto, desde abril de 2020. En los últimos meses, los precios
se han moderado, aunque en términos interanuales no lo han hecho en absoluto.
Así, en junio, los precios internacionales de trigo seguían un 48,5% por encima que un
año antes. Los lácteos permanecen un 24,9% más caros y la carne, un 12,7%. Las
caídas de los últimos meses se explican, según la FAO, por la disponibilidad
estacional de nuevas cosechas en el hemisferio norte.
Pese al descenso, Ricardo Salvador prevé que la tendencia va a ser que los precios se
mantengan elevados por diferentes motivos. “Hay un principio de la economía que
dice que el remedio para los precios altos son los precios altos. La
interpretación es que cuando suben los precios, disminuye la demanda, y
entonces los precios tienen que bajar. Pero esto no funciona así en el caso del
alimento, ya que es algo tan esencial que lo priorizamos en comparación con
todo lo demás. Si aumenta el precio y no tenemos otra forma de conseguirlo,
pagaremos lo que haga falta”, afirma.
Además, a esto se le suma otro factor, que es la dificultad para que las compañías
bajen los precios una vez que han subido. “Las empresas alimentarias tienen
varios argumentos para justificar estas alzas. Aunque la contribución del trigo
sea mínima o inexistente en algunos productos, justifican que, como es un
componente básico, entonces tienen que compensar que haya un alza en el precio
del trigo. Pero también pueden justificarlo con que hay varios elementos del
alimento con los costes elevados, por ejemplo el combustible, y no les queda
más remedio que trasladarlo al público. No hay falta de justificación para el
alza de precios y por lo tanto no va a reducirse a corto plazo”, prevé.
A medio plazo, Salvador considera que lo que puede ocurrir es que en los países ricos se
estabilicen los precios. “Por definición, tienen mayor capacidad para absorber
este fenómeno”. En los países pobres, el experto cree que es probable que las
subidas de precios tengan el resultado perverso de que se vuelvan aún más
dependientes de la caridad y los programas de emergencia de los países ricos.
“A medio plazo cabe esperar una mayor competencia
entre países ricos y pobres para acceder a los recursos. A largo plazo el
problema va a ser la volatilidad. Mientras que todo esto se produce, nosotros
percibiremos que los precios subirán o se estabilizarán, pero es muy dudoso que
vuelvan a bajar”, estima el científico.
EL ACUERDO DE RUSIA
Y UCRANIA: POR QUÉ NO ESPERAR MILAGROS
La semana pasada, Rusia y Ucrania alcanzaron
finalmente un acuerdo para despejar las vías de exportación del trigo ucraniano
hacia la dependiente región del norte de África. Ricardo Salvador cuenta que,
aunque es una buena noticia, su impacto será emocional más que otra cosa.
“Se puede esperar un alivio muy temporal de la
crisis que estamos viviendo. Aunque sí hay grano que está a la espera de ser
transportado, la condición de los puertos es muy limitante. No solo se han de
retirar las minas navales que Ucrania colocó de manera estratégica, sino que
también ha habido daños y hay obstáculos como barcazas hundidas. El trigo no se
almacenó con la idea de resistir mucho tiempo y parte se perderá, y además, hay
que ver si Rusia finalmente respetará el acuerdo”, valora al respecto. Un día
después de la firma, Moscú lanzó varios misiles Kalibr al puerto de Odesa, una
infraestructura clave para el transporte del grano.