Esta iniciativa vendida por el Gobierno como un
hito histórico, impulsada con la ayuda de Bildu, será eficaz para solucionar el
problema de la vivienda en España en la misma medida que beber lejía lo fue
para acabar con el Covid.
29
de abril Expansión
Después de lo de Mónica García y
su incursión a lo loco en Tinder, el patinazo más grande que me
viene a bote pronto a la cabeza fue aquella vez que me enseñaron un tarro de
miel republicana. No se trataba de un producto envejecido en madera de roble o
envasado en una cooperativa obrera. Era miel, que según el promotor, había sido
elaborada en panales sin abeja reina. Sin ser un experto en apicultura pude
intuir que tal propuesta difícilmente progresaría. La abeja reina es la única
hembra fértil de la colmena. La que pone los huevos y la que garantiza que la
colonia mantendrá su equilibrio y no morirá pasados los 28 días que vive de
media ese animalillo. También el resto de las abejas y hasta los
zánganos tienen su papel en el enjambre, aunque sea procurar espectáculo,
pero lo que no puede faltar de ningún modo es la abeja reina.
Ada Colau debiera saber esto porque tengo entendido que ella fue abeja rasa
antes que alcaldesa de Barcelona, una de las ciudades de este país, con Madrid
y algunas otras, donde alquilar un piso se está convirtiendo en un desafío a la
altura de cualquier locura de las que patrocina RedBull. Pues
la Ley de Vivienda es una colmena sin abeja reina. Pueden
pintarla del color que quieran y ponerle un fondo musical de Vangelis, pero
esta iniciativa vendida por el Gobierno como un hito histórico, impulsada con
la ayuda inestimable de Bildu, será eficaz para solucionar el
problema de la vivienda en España en la misma medida que beber lejía lo fue
para acabar con el Covid.
En este país desde hace más de un lustro se visan anualmente alrededor de cien mil nuevas
viviendas al año, mientras que en ese mismo periodo se crean unos 180.000
hogares. Esto significa que partido a partido se va embolsando una demanda que
no se satisface, lo que provoca que, como decía ayer en estas mismas páginas el
catedrático de la UPF, José García Montalvo, cada vez que un piso
sale al mercado del alquiler haya una cola enorme de gente esperando que el
casero le dé una oportunidad. Una demanda que además es muy diversa, pero cuya
parte más débil siempre la componen los más vulnerables.
El objetivo de cualquier norma que quisiera
solucionar el problema debiera centrarse en poner todos los medios para cubrir
esa demanda. Cualquiera gestor
eficaz exento de taras ideológicas convocaría a los constructores, a los
inversores, a los promotores, a los fondos de inversión, al capital y a la
banca para que, entre todos, empezaran a construir vivienda allí donde se
necesite. El papel de la Administración debería limitarse a promover el suelo
necesario lo más cerca posible de esa demanda e incluso impulsar las
condiciones y la fiscalidad más favorable para que fuera viable crear
esas viviendas de alquiler que contribuirían a moderar los precios. Lo
de la fiscalidad conviene recordarlo porque quien se hincha a ganar dinero con
los impuestos de eso que llaman un producto de primera necesidad como es la
vivienda es el Ministerio de Hacienda. En esta historia no hay
atajos posibles y, además, solucionar el problema requerirá varios años.
¿Por qué este Gobierno no solventará el problema
de la vivienda? Porque odia a
todos aquellos que pueden contribuir a solucionarlo y así lo ha plasmado en su
ley. Al más puro estilo del perro del hortelano, le repugna la idea de que el
que sabe hacer casas pueda ganar dinero con ello. Así que prefiere que no haya
vivienda. Lo dejó claro ayer Ione Belarra: "Hoy pierde la
banca, pierden los buitres, pierden los fondos de inversión y gana la gente,
ganan los inquilinos y quien tiene una hipoteca". Ni una mención a todos
esos, cada vez más, que siguen en la cola. En la escala de prioridades de Belarra y
también de Oskar Matute, con quienes Sánchez ha
elaborado la ley, la destrucción de la banca, de las empresas privadas, de los
fondos de inversión y del capital está muy por encima de su preocupación por
los que no tienen acceso a una vivienda. Esta es la triste e infame realidad de
una buena parte de lo que se denomina izquierda en este país. Un montón de
fundamentalistas para los que los más vulnerables solo son un comodín de usar y
tirar y solo aparecen en la agenda cada vez que se acercan las elecciones.
No es una exageración, el Gobierno ha tenido cinco años para ir
encauzando el problema y no le ha prestado la más mínima atención. Le debiera
avergonzar que en todo este tiempo hasta lo que ellos llaman fondos buitre,
como Blackstone, se hayan preocupado más por dotar de vivienda a
las familias que ellos. ¿Quién es aquí el buitre? Difícilmente esta dejación de
responsabilidad se puede corregir improvisando en los minutos de la basura
soluciones increíbles, por imposibles, que crean unas expectativas que volverán
a defraudar.
Hay un proverbio que dice: “si no puedes hacer el bien, al menos no hagas
daño”. Sánchez no se ha podido resistir a hacer una ley muy
nociva para los intereses de quien busca una vivienda. El colmo ha sido que,
con el argumento de proteger al inquilino, se favorezca a los okupas. Unos
sujetos molestos electoralmente a los que habría que reducir. ¿Cómo hacerlo?
Alguien en twitter decía de coña hace unos días que a Yolanda
Díaz se le había ocurrido llamarles "propietarios
discontinuos".
Iñaki Garay, director adjunto de EXPANSIÓN