El IPC se enroca en la eurozona y apenas cede una
décima en febrero, hasta el 8,5%, pero la escalada de los precios se reanuda en
Alemania, Francia y España.
3
de marzo Expansión
En la recta final del año pasado, un cierto
optimismo se extendió entre los agentes económicos ante la resiliencia mostrada
por la economía europea, mayor de la esperada, y los primeros indicios de que
la tempestad inflacionista comenzaba a amainar.
Sin embargo, el arranque del año ha deparado
sorpresas negativas, con un nuevo repunte de los precios en
las mayores economías del euro y la escalada de la inflación subyacente hasta
cotas inéditas en la historia del proyecto comunitario, evidenciando que la
espiral de los precios se ha incrustado aún con más fuerza de lo que se preveía
en la economía del Viejo Continente y amenazando de nuevo sus mermadas
perspectivas para este año (un alza del PIB del 0,9%, según las
previsiones de Bruselas, frente al 3,6% que creció en 2022).
Así, aunque el IPC armonizado de la zona
euro se situó en el 8,5% en febrero en tasa anual, una décima menos
que el mes anterior, según el dato adelantado ayer por Eurostat, la
fiebre inflacionista ha vuelto a subir en tres de las cuatro mayores economías
del euro.
En Alemania, donde vuelven a soplar
vientos de recesión técnica, se ha aupado hasta el 9,3%, una décima más que en
enero y, lo que es más importante, ha truncado tres meses consecutivos de
moderación; en Francia los precios crecieron un 7,2%,
acelerando en dos décimas respecto al mes previo, mientras que en España la
inflación ha vuelto a crecer con renovados bríos, pasando del 5,5% en
diciembre al 6,1% en febrero, aunque sigue siendo uno de los países con una
de las tasas de IPC más bajas.
Italia, la tercera mayor economía del bloque, es, de momento, la única que
mantiene la tendencia de moderación iniciada meses atrás, si bien con un
abultado IPC del 9,9% tras haber tocado máximos del 12,6% en octubre y
noviembre.
Los alimentos se disparan
La energía sigue pesando, y mucho, en el
encarecimiento de la cesta de la compra de los europeos, pero ya no es la
principal culpable, sino los alimentos elaborados, el alcohol y el
tabaco, que en febrero se dispararon un 15,5%, cinco décimas más que en
enero, frente al 13,7% que lo hicieron los precios energéticos, 5,2 puntos
porcentuales menos que un mes antes.
A ello se suma un alza del 13,6% en los alimentos
frescos frente al 11,3% de enero; del 6,8% en los bienes industriales no
energéticos (una décima más) y del 4,8% en los servicios, cuatro décimas por
encima del dato de enero. Este cóctel de subidas ha llevado la inflación
subyacente hasta cotas récord: hasta el 7,4% si se
excluyen la energía y los alimentos frescos (el 7,7% en España), en contraste
con el 7,1% previo, y hasta el 5,6% si no se contabilizan la
energía, los alimentos, el alcohol y el tabaco, tres décimas más.
Estas cifras ponen de relieve que la inflación se
ha atrincherado a lo largo y ancho de la cesta de la compra, convirtiéndose en
un problema estructural, alimentado ahora por los incipientes efectos de
segunda ronda tras el incremento gradual de los salarios, y
elevando la presión sobre el BCE, cuyo principal y único mandato es la
estabilidad de los precios en torno al 2%, objetivo que el IPC general
multiplica por más de cuatro.
La propia presidenta del BCE,
Christine Lagarde, admitió ayer la gravedad de la crisis de precios al señalar
que la inflación de la eurozona no retornará a la meta de estabilidad del 2%
hasta 2025. En otras palabras, la tenacidad de la espiral inflacionista
preludia un mayor endurecimiento de la política monetaria para
enfriar la economía y combatir la hipertermia de los precios, despertando de
nuevo al fantasma de la contracción.
Todo ello en un contexto en el que la política
monetaria y la fiscal no reman en la misma dirección. Mientras el BCE intenta
apagar el incendio inflacionista a golpe de subida de los tipos de interés, los
Estados han desplegado toda una batería de ayudas, subsidios e incentivos para
mitigar los efectos de la subida de precios que no facilitan, precisamente, ese
objetivo, ya que la reversión de esas medidas, como las bajadas del IVA, acabará
teniendo un impacto al alza en la inflación, como advirtió ayer la propia
Lagarde.
"Empezamos a tener miedo de que exista una
sobrerreacción por parte del BCE", señala a EXPANSIÓN Antonio
Madera, responsable de Ratings Soberanos e Instituciones Financieras
de EthiFinance Ratings, quien aboga por focalizar las ayudas en los
colectivos más vulnerables, como demandan el Banco de España o el propio BCE,
ante unos datos de inflación que "están amenazando el potencial de
crecimiento para este año", que la firma sitúa en el 1,1%, y en un
contexto en el que "el sector servicios puede verse deteriorado porque las
familias tienen cada vez menos renta disponible".
A Francisco Cabrillo, catedrático de
Economía en la Universidad Complutense, no le sorprende la resistencia a ceder
que están mostrando los precios en la zona euro a pesar de la batería de
subidas de tipos aprobada ya por el BCE. "Es muy pronto para que la
política monetaria tenga efecto", afirma el economista, quien añade
que "debe haber un periodo sostenido con una política restrictiva para que
ésta surta efecto", máxime después de un prolongado ciclo expansivo, de
tipos de interés bajo mínimos, compras masivas de deuda e inyecciones de
liquidez.
"La política monetaria contractiva es
incómoda, pero no queda más remedio (que aplicarla) cuando se ha perdido el
control de los precios", señala Cabrillo, quien advierte de que si bien
esta lucha contra la inflación "puede acabar en una recesión", es
necesario enfriar la economía, algo que "a nadie le gusta, pero es el
precio que tienes que pagar para controlar los precios". A su juicio,
las políticas de ayudas y subsidios de los Estados europeos contribuyen a
dificultar una terapia de choque que, en opinión del catedrático de Economía,
es indispensable.
DEL 20,1% DE LETONIA AL 4,8% DE LUXEMBURGO,
PASANDO POR EL 6,1% DE ESPAÑA
La zona euro comparte un denominador común: la
moneda única, pero en realidad es un crisol de economías muy diferentes, con
sus propias fortalezas y debilidades, que avanzan a distintas velocidades y
cuya capacidad de reacción a las crisis es asimétrica. En este contexto, la
inflación es un problema generalizado en Europa, pero no golpea con la misma
intensidad a todas las economías.
Así, las repúblicas bálticas, Letonia, Estonia y
Lituania, tres de los países más expuestos al gas ruso y, por ende, a la crisis
energética, encabezaron la inflación en la zona euro en febrero, con tasas del
20,1%, 17,8% y 17,2%, respectivamente. Todos ellos han suavizado el avance de
los precios respecto a enero, pero siguen exhibiendo tasas desorbitadas.
No son los únicos que superan el doble dígito:
Eslovaquia, Croacia (que se estrenó en el euro el pasado mes de enero) y
Austria cerraron el mes con unas tasas de IPC del 15,5%, 11,7% y 11%. Italia
(9,9%), Eslovenia (9,4%), Alemania (9,3%) y Países Bajos (8,9%) también
superaron el promedio de la zona euro (8,5%).
Al otro lado de la balanza, Luxemburgo, Bélgica y
España fueron los países con menores tasas de inflación en febrero, desde el
4,8% luxemburgués, hasta el 6,1% español, pasando por el 5,5% belga. España ha
perdido así en enero y febrero su posición de país menos inflacionista del
euro, que mantuvo entre octubre y diciembre.