España no puede
permitirse estos Presupuestos. Tenemos que convencernos de que no podemos
seguir instalados en un gasto que no podemos pagar. Sólo hay una receta
posible, que contiene reformas estructurales, ajuste del gasto y, cuando se
pueda, reducción de impuestos.
El proyecto
de Presupuestos Generales del Estado que ha presentado el
Gobierno de coalición entre socialistas y comunistas es un auténtico
despropósito y puede causar un grave daño a la economía, al empleo y a
la prosperidad. No sólo no mejora el presupuesto vigente, sino que camina
en la dirección más diametralmente opuesta posible: en lugar de eliminar
trabas y liberalizar el mercado, lo interviene más, en una intensidad que hasta
ahora no se había producido; en lugar de contener los impuestos y bajarlos en
la medida de lo posible, los incrementa; en lugar de ser cautos en las
estimaciones económicas, mantiene un cuadro macroeconómico que no se sostiene
con la realidad, como mostraba la revisión de la contabilidad nacional
trimestral por parte del INE; en lugar de reducir el gasto, lo aumenta; y en
lugar de dar seguridad jurídica y certidumbre, genera inseguridad y
desasosiego.
Ya en su día
causaba pavor leer el documento que resumía el acuerdo del Gobierno socialista
con Podemos para tratar de sacar adelante el proyecto de Presupuestos
de 2019 y que le fue devuelto por el Congreso, pavor que se mantuvo con los
vigentes Presupuestos de 2021. Ahora, una vez aprobado el anteproyecto de 2022
por el Consejo de Ministros, dicho pavor no es que se mantenga,
sino que se acrecienta. A las medidas que ya realizó en el pasado por decreto,
como la subida del salario mínimo un 22,3%; el gasto sin medida de aquellos
viernes previos a las elecciones, donde el gasto estructural se incrementó en
casi 10.000 millones de euros o el Ingreso Mínimo Vital como
herramienta desincentivadora de la actividad y generadora perpetua de una
dependencia económica subsidiada, son ahora secundadas por el incremento de gasto,
llevándolo a unos niveles como nunca antes se había presupuestado (y ya era
elevado el de 2021), por mucho que parte se deba a los fondos europeos,
que no olvidemos que, aunque el Gobierno lo niegue, están condicionados. A ello
se suma la subida del Impuesto sobre Sociedades a un tipo
mínimo efectivo del 15%, que espantará la inversión; o la
perseverancia en seguir aumentando el Salario Mínimo, que expulsará
a más personas del mercado de trabajo y que asfixiará, vía incremento de cuotas
a la Seguridad Social, a los autónomos. Medidas que constituyen un despropósito
económico, al ir directamente contra el tejido productivo y, por tanto, contra
el empleo.
Es un
presupuesto que se basa en una política fiscal tremendamente expansiva
por el lado del gasto, de manera peligrosa, pues sólo conduce a la
insostenibilidad presupuestaria, donde todo lo quiere solucionar gastando más.
Es más, se jacta de ello, al proclamar que no sólo mantiene el techo de gasto
del año pasado, sino que lo eleva algo más, hasta 196.142 millones de euros.
Mientras
la AIReF, el Banco de España, el FMI o la Comisión
Europea piden reformas que permitan retornar hacia la estabilidad
presupuestaria, el Gobierno se limita a justificar que este incremento es
posible gracias a los fondos europeos y a una recaudación que difícilmente se
dará al mantener unas previsiones extremadamente optimistas, y menos basado en
su política de subida de impuestos, porque dichas subidas, no van a
tener poder recaudatorio por la propia base sobre la que se aplicará, que
disminuirá. En segundo lugar, porque lo único que conseguirán es expulsar
la inversión, como sucederá en la subida que pretenden ejecutar en el
Impuesto sobre Sociedades. Y si no hay inversión, no hay actividad. Y si no hay
actividad, no hay empleo. Por ello, parece imposible que consigan que la
recaudación crezca al 8,1% que prevén para 2022, lo que supondrá otro quebranto
para el saldo presupuestario.
Armonización
fiscal
Adicionalmente,
sigue sobrevolando la obsesión del Gobierno para homogeneizar el
Impuesto de Patrimonio y el de Sucesiones y Donaciones, con todo lo que
ello supone, que es impedir que las comunidades autónomas puedan bajar
impuestos si así lo deciden, que parece que es lo que harán cuando en febrero
la comisión que el Gobierno designó le presente su informe, donde, realmente,
no sabemos quién es el que aconseja y quién es el aconsejado, porque parece
diseñada para que el veredicto vaya en la línea de pedir subidas de impuestos y
coartar la libertad tributaria que la corresponsabilidad fiscal otorga a las
CCAA.
Ese nivel de
gasto, como digo, es insostenible, espoleado por medidas equivocadas: en
lugar de reformar realmente las pensiones para garantizar su
sostenibilidad, las vuelven a incrementar con la inflación media de noviembre,
con un incremento de las no contributivas del 3%, que pone en riesgo a todo el
sistema de pensiones, al haber acabado con el factor de sostenibilidad.
De la misma
manera, resulta contraproducente para el conjunto de la economía que se
incremente también otro 2% el salario de los funcionarios, que además han
aumentado en número de forma clamorosa, nada menos que en 191.600 personas en
el último año, según la última Encuesta de Población Activa. Ese incremento
quiere seguir incentivándolo, con unas tasas de reposición general del
110% y del 120% en sectores prioritarios, tras la subida del 8,5% en los
empleos ofertados en 2021; por tanto, llueve sobre mojado. Esto hace que el
capítulo I, que recoge el gasto de personal, aumente significativamente. Así,
frente a los 16.232.100 ocupados que hay en el sector privado, nos encontramos
con que esa cifra de trabajadores sostiene a un número similar muy cercano de
personas pagadas con fondos públicos, que son 14.320.924, entre funcionarios
(3.439.600), pensionistas (8.904.291) y perceptores de prestaciones por
desempleo (1.977.033). Eso es, sencillamente, insostenible en el tiempo. Para
evitar su colapso y evitar recortes, deben realizarse reformas, pero, sin
embargo, el Gobierno apuesta por aumentar su número. De esa manera, el
Ejecutivo parece querer crear empleo público, ante su imposibilidad para
generar las condiciones para que aumente el empleo privado, lo cual tiene un
corto, peligroso y contraproducente recorrido.
Gasto en el que
trata de atraerse a la población joven, con cheques varios: el
de emancipación o el cultural, hasta sumar 12.550 millones de euros que
poco ayudarán a los jóvenes y que lo único que lograrán es condenarlos a un
subsidio y sin capacidad de desarrollo profesional.
Cuadro macro irreal
Por otra parte,
resultan irreales las cifras del cuadro macro, con un crecimiento
estimado para 2022 de un 7%, partiendo de un 6,5% para 2021, cuando el
crecimiento de este ejercicio, tras la revisión a la baja del INE,
hace casi imposible alcanzar dicha previsión, con lo que un menor incremento
del crecimiento ambos años reducirá la estimación de PIB nominal. De esa
manera, no sólo el déficit y la deuda serán mayores en valores absolutos, por
menores ingresos derivados de menor actividad, sino que su objetivo medido
sobre el PIB estará más desequilibrado, al ser menor dicho indicador de
actividad económica. Por ello, la estimación de déficit y deuda para
2022 (5% y 115,1% del PIB, respectivamente) es optimista, pese a representar
unas cifras preocupantemente altas.
Paralelamente, y
aunque vaya como ley aparte, el intervencionismo que el
presidente Sánchez va a llevar a cabo en el mercado de vivienda como
contrapartida para sacar adelante los Presupuestos con sus socios de Podemos
empobrecerá al conjunto de la sociedad, ya que ahuyentará la inversión, por
inseguridad jurídica, empeorará el mercado de alquiler y el de las promociones
inmobiliarias, subirá el gasto público -no olvidemos tampoco los 250 euros al
mes- y propondrá a los ayuntamientos un incremento del IBI absolutamente
confiscatorio para viviendas vacías.
Amenaza
inflacionista
El Gobierno dice
que está comprometido con la estabilidad presupuestaria y con la recuperación
de la actividad económica y el empleo, pero lo demuestra poco con estos Presupuestos
y con esta política económica, que lo que hará es desaprovechar el
impulso coyuntural del repunte económico, de manera que no logrará aumentar el
crecimiento potencial de la economía, todo ello en un entorno que empieza a
ser claramente inflacionista, con el mercado energético
disparado en sus precios, en gran parte por el intervencionismo allí
reinante, que está mermando el poder adquisitivo de los ciudadanos.
España no puede
permitirse estos presupuestos, que sólo ahondarán en el estancamiento y en la
pérdida de tejido empresarial e inversión productiva que ya hemos comenzado a
sufrir. Son, por tanto, unos presupuestos perjudiciales para la
economía y el empleo. Sólo hay una receta posible, que contiene reformas
estructurales de calado, ajuste del gasto y mantenimiento y, cuando se pueda,
reducción de impuestos.
Tenemos que
convencernos todos de que no podemos seguir instalados en un gasto que
no podemos pagar, y que es mejor ajustar nosotros, donde podremos priorizar
y salvar el grueso de nuestros servicios, que esperar a que vengan a
ajustárnoslo, cuando el recorte, por el tiempo que se habría perdido, sería
mucho mayor y en cuestiones muy sensibles, como las pensiones o el sueldo y
número de empleados públicos.
Ese camino es el
que es viable para la economía española, pero el Gobierno ha decidido andar y
profundizar por otro, que es el que conduce al abismo con estos presupuestos
del gasto, el subsidio y la ruina, que es hacia donde nos llevan con esta
política económica dañina.
José María
Rotellar | Profesor de la UFV
Fuente
Expansión