La Unión Europea es muy consciente de que la
transición a una economía descarbonizada es un proyecto costoso, y de ahí las
medidas contempladas en el marco de su plan de acción para financiar el
desarrollo sostenible.
3
de junio Fuente: Expansión
A estas alturas del siglo XXI no parece polémico
afirmar que la Unión Europea ha decidido diseñar y ejecutar una
política de sostenibilidad medioambiental muy ambiciosa, tanto en
términos absolutos (reducción del 55% de las emisiones de gases de efecto
invernadero en 2030 en comparación con los niveles de 1990) como relativos (por
ejemplo, el Reglamento de Taxonomía y sus actos delegados contienen un grado de
detalle muy superior al de instrumentos con objetivos similares en otras
jurisdicciones). Al mismo tiempo, la Unión es muy consciente de que la
transición a una economía descarbonizada es un proyecto costoso, y de ahí las
medidas contempladas en el marco de su plan de acción para financiar el desarrollo
sostenible. A consecuencia de todo lo anterior, parece razonable suponer que las
empresas europeas están destinadas a ocupar en el futuro los primeros puestos
de los rankings mundiales de sostenibilidad.
Esta posible primacía del modelo medioambiental
europeo, sin embargo, no está exenta de riesgos y de incertidumbres para nuestras empresas
cuando ampliamos el foco más allá de la Unión y analizamos su impacto en el
contexto de una economía (todavía) fundamentalmente globalizada, en la que
tanto los mercados como las cadenas de suministro tienen un alcance planetario.
En este punto, de forma natural y legítima, las empresas europeas se preguntan
hasta qué punto el coste de implementación de las medidas de sostenibilidad
medioambiental afectan a su capacidad para competir tanto dentro como fuera de
nuestras fronteras.
Lógicamente, esta preocupación no es nueva (ya se
ha hizo patente en 2005 en relación con la creación del régimen de comercio de
derechos de emisión de gases de efecto invernadero en la Unión), pero da la
sensación de que resulta incómodo exponerla con claridad debido al riesgo de
ser calificado de "políticamente incorrecto", cuando, de hecho,
debería ser todo lo contrario, ya que resulta evidente que en el modelo
político y económico europeo el grueso de la financiación de las medidas de
mitigación y adaptación frente al cambio climático corresponde a la iniciativa
privada, y ésta no puede existir si no se tiene en cuenta, también, el
factor de la rentabilidad.
La publicación el pasado 15 de marzo, tras los debates del Consejo y el Ecofin, del
proyecto de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo por el que se
establece un mecanismo de Ajuste de Frontera por Carbono es una buena ocasión
para reflexionar otra vez sobre esta cuestión.
"El objetivo declarado del mecanismo es
luchar contra la denominada "fuga de carbono", que se produce
tanto cuando por razones de costes relacionados con las políticas climáticas
hay una decisión de trasladar la producción a países extracomunitarios con menores
exigencias medioambientales como cuando se producen importaciones de dichos
países que sustituyen a productos equivalentes menos intensivos en emisiones.
Con este objetivo en mente, el mecanismo de ajuste contempla el establecimiento
de un sistema de fijación de precios del carbono que equipare a las
importaciones con los productos nacionales, de forma que se garantice un cierto
level playing field en el ámbito de la Unión.
Perímetro de aplicación limitado
Ahora bien, es preciso ser conscientes que la propuesta
de reglamento tiene un perímetro de aplicación limitado, ya que afecta
únicamente a una serie de mercancías consideradas especialmente sensibles desde
el punto de vista de la fuga de carbono (cemento, electricidad, abonos, hierro,
acero y aluminio), que su aplicación podría resultar conflictiva con la
regulación de la Organización Mundial del Comercio (aunque hay argumentos muy
sólidos para sostener que ello no es así) y que, en último término, no
contempla los potenciales problemas de competitividad de las empresas europeas
exportadoras en mercados con estándares medioambientales más bajos.
Sin embargo, pese a estas limitaciones, el proyecto de reglamento tiene la virtud de
poner de nuevo encima de la mesa un debate necesario sobre cuestiones complejas,
pero que no podemos ignorar, como son la capacidad de la Unión Europea para
defender un modelo de sostenibilidad medioambiental cuyos costes no sean
compartidos de forma equitativa por todas las empresas (europeas y no europeas)
que participan y se benefician del mercado único. También la viabilidad del
sistema europeo de sostenibilidad en un mundo en que no se produzca una
convergencia sustancial de criterios de sostenibilidad medioambiental a nivel
internacional, ya que, en último término, si no se produce dicha convergencia
la consecución de una economía europea descarbonizada constituirá un logro
irrelevante para el objetivo real final, que no es otro que limitar el
aumento de la temperatura media mundial (no sólo la europea) por debajo de los
2 grados centígrados y prepararnos (adaptarnos) a las preocupantes
consecuencias del calentamiento global.
José María de Paz Arias, socio de Corporate de Pérez-Llorca