La dependencia de las materias primas, la crisis
demográfica, el bajo crecimiento y afrontar las nuevas sanciones son los retos
de un país con una deuda reducida y superávit comercial.
La Federación Rusa es un país de
contrastes: el primero en extensión territorial y la mayor reserva de gas
de todo el mundo, pero el duodécimo en términos económicos, un peso muy similar
al de Brasil, Australia y España, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin embargo, a nivel geopolítico su rol está muy por encima de esta posición,
ya que a la apuesta intervencionista del Kremlin se suma el
hecho de contar con el principal arsenal nuclear del planeta.
El presidente, Vladimir Putin, y sus
colaboradores, se muestran muy triunfalistas ante la evolución económica del
país, aunque la investigadora del Cidob Carmen Claudín asegura que esta
estrategia no debería sorprender a nadie. "Han quedado atrás los tiempos
en los que el Kremlin era capaz de admitir la existencia de
dificultades: en los últimos años, lo máximo que reconoce Putin es
el deterioro de infraestructuras y de los servicios públicos, y las
dificultades que sufren muchos hogares, donde la situación es difícil",
expone.
Pese a ello, su superávit comercial, la
baja deuda pública -casi el 18% del PIB en 2021- y sus
reservas de oro -que se han duplicado desde 2014- "le dan cierta
posición de fuerza", explica el profesor de economía de Esade y director
académico del programa de gobernanza global de esta escuela de negocios, Pedro
Aznar.
La situación de las finanzas públicas es
totalmente diferente a la que heredó Putin cuando en diciembre de 1999 alcanzó
por primera vez la presidencia. La transición a la economía de mercado fue más
que traumática por la corrupción, el empobrecimiento de gran parte de la
población y unas privatizaciones que consagraron el rol de los
oligarcas. La situación financiera era tan adversa que en 1998 Rusia se vio
obligada a dejar de pagar la deuda que heredó de la era soviética.
Si en lo político la prioridad de Putin ha
sido sentar las bases de una nueva identidad nacional posimperial,
en lo económico, su apuesta por el crecimiento se vio truncada por la crisis de
2008 y también por las sanciones que Occidente le impuso en 2014 tras la
anexión de Crimea y su apoyo a los grupos separatistas
en el Dombás, en el este de Ucrania.
Aznar y Claudín explican que estas medidas
obligaron al Kremlin a reorientar su política económica. El
país ha continuado dependiendo de la energía y sus recursos naturales:
en 2020 representaron el 34,5% de las exportaciones. En cambio, ha optado por
reducir su deuda externa y procura que su sector público y las grandes empresas
no recurran a los créditos occidentales.
Su meta ha sido intentar ser autosuficiente a
nivel financiero, pese a que el país depende totalmente del comercio
exterior. "Lo que es evidente es que, para Rusia,
esta guerra tendrá un precio, que será más o menos elevado en función del
impacto de las sanciones, y que cambiará su política de socios
comerciales", explica Aznar.
Este objetivo será todo un reto, ya que en
2020 la UE fue, de largo, su principal cliente: concentró el
33,9% de las exportaciones. Sus últimos acuerdos con China, país que representa
el 14,6% de las ventas, apuntan a que incrementar este porcentaje va a ser uno
de los objetivos prioritarios del Kremlin. A continuación se
sitúan Reino Unido (6,9%), Bielorrusia (4,8%)
y Turquía (4,6%).
Según la agencia federal de estadística Rosstat,
el PIB se hundió un 3,1% en 2020 y en 2021, subió un 4,7% y el FMI prevé que
crezca un 2,95% en 2022, un dato inferior al promedio global (el 4,9%). Para
2023, el crecimiento será del 2%.
A esta tendencia a la ralentización se suma otro
reto: la inflación. Durante el pasado año los precios subieron un
7% y, en la cesta de la compra, productos básicos como las patatas lo hicieron
en un 40%.
"Una de las características de la economía
rusa en relación a países desarrollados es su mayor volatilidad: vende materias
primas y recursos naturales, cuyos precios fluctúan más que otro tipo de
bienes", agrega Aznar. En este sentido, sus principales sectores
exportadores son, además de la energía, las piedras y metales
preciosos, el hierro, el acero y los cereales.
"El gas y el petróleo son
para Rusia un bien absolutamente fundamental y el gran error
de la UE es depender del suministro de un país con quien lleva
dos décadas manteniendo relaciones muy difíciles", asegura el investigador
del Cidob especializado en energía, Francis Guilès.
Guilès se muestra pesimista ante el impacto de las
sanciones que la UE, Estados Unidos, otros países
occidentales, el G7 y la OTAN anunciaron tras
el ataque a Ucrania. "A corto plazo, el rey va desnudo"
por la dependencia europea hacia el gas ruso, agrega el experto.
"Agujeros negros"
Carmen Claudín asegura que otro de los problemas
que tiene la economía rusa es lo que ella denomina "agujeros negros":
territorios fuera de sus fronteras que controla directa o indirectamente y
donde apenas hay actividad productiva, como Crimea, el
Dombás o tres estados de facto en Moldavia y Georgia.
A todos ellos se suma Bielorrusia, su mayor aliado en Europa, y que
es "un pozo sin fondo", según la experta. Por todo ello, su
conclusión es muy clara: "Rusia no es para nada una economía sana".
Otro desafío es su demografía, ya que el país
pierde habitantes desde 2018 y los organismos internacionales auguran que esta
tendencia ha venido para quedarse.
Fuente Expansión