El desafío demográfico que se cierne sobre las pensiones,
amplificado por la reversión de las reformas de 2013 y las medidas tomadas en
los últimos años, va a someter a las pensiones a una situación bastante más
complicada que la actual.
27
de mayo Fuente: Expansión
El sistema de pensiones es un pilar básico del
Estado de Bienestar que
caracteriza a las sociedades avanzadas. Su objetivo es asegurar durante la
jubilación unas condiciones de vida similares a las disfrutadas a lo largo de
la vida activa en el mercado de trabajo. Durante décadas, su financiación no ha
constituido un serio problema. En el pilar de reparto del sistema público de la
mayoría de los países europeos, el aumento de los ingresos conforme lo hacía el
de cotizantes compensaba el incremento de gasto, incluso a medida que aumentaba
la esperanza de vida. Al mismo tiempo, en muchos países se desarrollaron
ampliamente los pilares de planes de empleo de empresas y de planes de
pensiones individuales, como una renta complementaria a la de los sistemas
públicos.
Con algunos matices, España no ha sido una excepción a esta tendencia
europea. Durante décadas se pudo mantener la edad de jubilación en los 65 años
con una tasa de prestación (pensión media sobre salario medio) muy elevada y un
déficit actuarial creciente (el valor presente descontado de las pensiones
durante la jubilación excede ampliamente el de las cotizaciones efectuadas a lo
largo de la vida laboral) gracias al aumento de la ratio de cotizantes sobre
pensionistas. La situación cambió rápidamente con la Gran Recesión: el sistema
entró primero en un déficit cíclico en 2011, como consecuencia de la recesión
económica, al que se superpuso un déficit estructural, debido al envejecimiento
relativo de la población y a una tendencia demográfica más adversa que
imposibilitaba mantener la autosuficiencia del sistema sin cambios en su
diseño. En 2019, antes de la crisis del Covid, a pesar de que la actividad y el
empleo se encontraban ya ligeramente por encima de sus niveles de equilibrio de
largo plazo, el sistema de pensiones mostraba un déficit contributivo por
encima del 1,5% del PIB. La crisis provocada por la pandemia en 2020 aumentó el
déficit, ya que el gasto siguió incrementándose mientras que los ingresos
disminuyeron como consecuencia de la misma. La recuperación económica prevista
de 2022 a 2025 será insuficiente para reducir el déficit contributivo, que en
el escenario más probable irá aumentando progresivamente hasta alcanzar el 2,7%
del PIB en los próximos tres años.
Desde 2011 se han emprendido tres reformas, pero el balance neto es de una década perdida.
La reforma de 2011 aumentó gradualmente la edad de jubilación hasta los 67 años
en 2027, lo que, junto con otros cambios y la propuesta de introducción de un
Factor de Sostenibilidad, compensaban durante un tiempo los efectos del aumento
de la esperanza de vida sobre el déficit del sistema. La reforma de 2021 ha
eliminado el Índice de Revalorización de las Pensiones (IRP), ha vuelto a la
actualización de las pensiones con la inflación y ha sustituido el Factor de
Sostenibilidad por un Mecanismo de Equidad Intergeneracional, que lo único que
hace en la próxima década es aumentar las cotizaciones sociales. A falta de
otros cambios que tengan lugar en 2022, todo apunta a que el sistema de reparto
saldrá de esta nueva etapa de reformas con un aumento de déficit contributivo
en las próximas décadas.
Autónomos
En cuanto a las propuestas de cambios en el
régimen especial de trabajadores autónomos, por el momento no se ha alcanzado
un acuerdo ni se vislumbra que se eliminen sus diferencias con el régimen
general de trabajadores asalariados. Todo apunta a que tampoco se corregirá su
abultado déficit actuarial. Tanto en un régimen como en otro, lo ideal sería
avanzar gradualmente hacia un sistema de reparto basado en cuentas nocionales
individuales que, además de satisfacer su equilibrio actuarial y financiero,
aumente la equidad y asegurara los mismos derechos para cada euro cotizado,
independientemente de que lo haga un trabajador por cuenta ajena o propia.
Respecto a los planes de empleo de empresas y de
pensiones individuales, España se
ha caracterizado por una acumulación de ahorro en estos dos pilares del sistema
de pensiones muy inferior al de otros países europeos. Las razones de ello se
deben a un tejido productivo muy dominado por micro y pequeñas empresas,
reducidos estímulos fiscales y, sobre todo, unas tasas de sustitución en el
sistema de reparto insostenibles a futuro, pero muy elevadas, que no incentivan
el ahorro complementario para la jubilación. Para tratar de atajar este
problema, actualmente el Congreso está tramitando el proyecto de ley de
regulación para el impulso de los Planes de Pensiones de Empleo. A diferencia
de otros países de Europa, como Suecia o Reino Unido, se ha desestimado la
adscripción automática de trabajadores y empresas a estos planes (como ocurre
por ejemplo con el NEST británico), pero a cambio se promueven los fondos de
promoción pública. El problema de esta reforma para impulsar el segundo pilar
es que se establece un límite en la deducción de la base imponible de 8.500
euros para los planes colectivos, frente a la reducción a los 1.500 de los
planes individuales. Por un principio de neutralidad regulatoria y fiscal, los
planes colectivos e individuales deben gozar del mismo tratamiento. Por lo
tanto, la propuesta no corrige la insuficiencia de ahorro de la jubilación de
España frente a otros países; únicamente sustituye, en el mejor de los casos,
un pilar de ahorro complementario por otro, en lugar de potenciar los dos
simultáneamente, como ya hacen las sociedades europeas más avanzadas.
Otra reforma prevista para 2022 es la ampliación del período para el cálculo de
la base reguladora de la pensión desde 25 a 35 años. Hay un elevado grado de
incertidumbre respecto a si se seleccionarán o no los mejores 25 años y si se
modificará la integración de las lagunas de cotización. La decisión sobre estos
aspectos no es baladí porque se podría pasar de un ahorro del gasto de 0,9
puntos de PIB en 2050 con los 35 años, a un incremento de 0,7 puntos de PIB si
se eligen los mejores 25.
También está previsto el destope gradual de la
base de cotización máxima y de la
pensión máxima, pero su influencia sobre la sostenibilidad del sistema de
pensiones va a depender de la velocidad a la que se realicen las dos
modificaciones, ya que la primera afectaría a los ingresos corrientes y la
segunda a los gastos futuros. Ante las previsiones de un déficit creciente, el
destope de la base máxima de cotización genera, además, incertidumbres sobre la
contributividad y equidad del sistema.
Las proyecciones demográficas y el aumento de la
esperanza de vida van a someter al sistema de pensiones en España a un reto de
sostenibilidad muy superior al
actualmente existente, con un déficit contributivo de partida creciente y que
ya se sitúa en el 2,2% del PIB. Este desafío debe abordarse mejorando la
autosuficiencia, la contributividad y la equidad del sistema de reparto, al
tiempo que se fortalecen los sistemas complementarios. Renunciar a cambios
graduales como disminuciones de la tasa de prestación, a ligar pensiones a la esperanza
de vida, a aumentar la edad legal de jubilación, o a considerar toda la carrera
laboral, como vías para ir reduciendo el déficit actuarial de las nuevas
pensiones, aboca a la economía española a un aumento creciente y significativo
de la presión fiscal, que puede llegar a los 6 puntos porcentuales del PIB, o a
futuras reducciones abruptas y no anticipadas de las pensiones, sin rentas
complementarias suficientes en la jubilación. En última instancia, se trata de
un escenario que supone un lastre para la convergencia de España a las
economías más avanzadas de la Unión Europea en términos de empleo,
productividad, renta per cápita y estado de bienestar.