La subida de precios hunde el consumo, las
exportaciones, el turismo, la inversión y los márgenes empresariales. La subida
de los tipos de interés de la deuda aboca a un recorte de gasto o una subida de
impuestos.
18
de junio Fuente: Expansión
Cuando hace nueve meses la presidenta del Banco
Central Europeo (BCE), Christine Lagarde señalaba, con una tasa de inflación todavía del 3,4%, su
compromiso de mantener una "política monetaria acomodaticia" este
año, con la esperanza de que los precios se empezaran a moderar en un futuro
próximo, probablemente no contemplaba que en mayo la tasa anual del IPC
escalaría hasta el 8,1%. Pero tampoco que lo que entonces era un incremento
concentrado fundamentalmente sobre los precios de la electricidad se acabaría
filtrando, y no solo por la guerra en Ucrania, hacia todo tipo de bienes y
servicios e impactando con gran fuerza en los precios de los alimentos. De
hecho, la inflación subyacente escala ya hasta el 3,8% y reclama una acción
contundente por parte del BCE, que se ve a la vez entre la espada de dejar que
la espiral inflacionista se descontrole y la pared de provocar un frenazo en
seco a la economía europea y una crisis de deuda en países como España o
Italia.
En concreto, el Índice de Precios de Consumo alcanzó en mayo el 8,1% en la eurozona,
con incrementos que van desde el 5,8% en Francia al 20,1% en Estonia. Esto se
debe en buena medida a la fuerte subida de precios de la energía que,
espoleados por la guerra en Ucrania, suben un 39,1% respecto a las cifras del
mismo mes de 2021. Pero no se trata del único elemento al alza, ya que el
aumento de los combustibles, la electricidad y las materias primas se ha ido
repercutiendo a todo tipo de bienes y servicios. Así, los alimentos frescos
suben un 9% anual, los productos industriales, un 4,2% y los servicios, un
3,5%. Y, aunque los distintos gobiernos de la eurozona han tomado medidas para
evitar la subida de los precios energéticos, lo más probable es que este
incremento se siga trasladando cada vez con más fuerza hacia el resto de productos.
El primer efecto de la inflación es, lógicamente, el agotamiento del consumo interno,
que es el principal motor del PIB. De hecho, la subida de precios ha llegado a
tales límites que han laminado por completo la demanda embalsada durante la
fase del confinamiento, en lugar de dejar que este ahorro sirviera para generar
un impulso extra en la fase de rebote tras la retirada de las restricciones
sanitarias. Pero, además, dado que la eurozona es el principal mercado
comercial de exportaciones y turístico de cada uno de los países que la
componen, la subida de precios también impactará en ambas patas del sector
exterior, precisamente en el año que debía haber marcado la recuperación total
del turismo.
Además, la situación tampoco es nada halagüeña para las empresas, ya que sus
costes de producción suben con mucha más fuerza que los precios de venta, lo
que ahoga sus márgenes de beneficios, llevando a muchas a entrar en pérdidas.
Este estrechamiento de los márgenes coincide, además, con una facturación que
todavía no se ha recuperado, en muchos casos, de la crisis del coronavirus, un
incipiente aumento de los costes salariales, una creciente conflictividad
social con el objetivo de reclamar alzas salariales que compensen las subidas
de precios y un aumento de los costes de financiación. Todo ello no solo reduce
la competitividad exterior de las empresas, sino que también lamina sus
posibilidades de inversión.
Pero hay otros efectos que todavía no se han hecho
sentir tanto sobre la economía, pero que pueden ser también demoledores. El
primero es la subida de los tipos de interés, que ya se empieza a notar en el
Euribor, pero cuyos efectos todavía no se han trasladado con fuerza a las
hipotecas. Cada punto de incremento en el Euribor supondrá una subida de los
intereses anuales en torno a 840 euros al año, en el caso de una préstamo por
valor de 150.000 euros financiado a 20 años. Y el incremento que sufrirá el
índice de referencia en los próximos meses podría ser bastante más elevado que
este punto, de acuerdo con las previsiones de los bancos. Hay que tener en
cuenta que el Euribor llegó a cotizar al -0,5% el año pasado y ya se sitúa en
el 0,3%. Esto volverá a restar potencial al consumo, conforme las revisiones de
las hipotecas vayan elevando el pago de intereses.
Entre la espada y la pared
Por su parte, los bonos de deuda pública ya empiezan a acusar una notable subida de los
tipos de interés, especialmente en el caso de las economías más endeudadas. Y
eso que el BCE ha señalado que, aunque cierre la puerta a la compra de bonos y
la abra a una posible subida de los tipos de interés, activará "un nuevo
instrumento antifragmentación" para evitar la escalada de la deuda en los
países más vulnerables, donde la deuda pública supera el 100% del PIB, como es
el caso de España, Italia, Grecia o Portugal. Sin embargo, cada vez son más los
países vulnerables, por lo que es muy complicado evitar que la inflación frene
la economía sin que el remedio sea peor que la enfermedad, provocando un
frenazo en seco de la economía y una crisis de deuda.
A falta de ver cómo funciona este programa, el bono español a diez años español ya ha
llegado a rebasar el 3% anual, multiplicando por seis el coste de la deuda a
principios de año. Y aunque el alargamiento de los plazos de vencimiento ha
reducido la vulnerabilidad en el corto plazo este aumento de los tipos, el
aumento del volumen de deuda la ha intensificado. Por ello, el Banco de España
anticipa un sobrecoste de 15.000 millones de euros al año para 2024, lo que
puede forzar recortes de gasto o subidas de impuestos que frenarán el
crecimiento económico.